jueves, 6 de diciembre de 2007

LA OTRA

Amalia no entendía por qué todo el mundo le decía que ella seducía con todo su cuerpo. Aunque no hablara. Aunque no se moviera.


Pero ese día, podía haber sido cualquier otro, decidió que ere hora de mirarse, de parar, de buscar lo que otros, todos, le decían hasta la saciedad.


Se dirigió hasta el equipo de música y puso un disco. No lo había elegido al azar. Quería que la melodía la ayudase a relajarse. Que sólo tuviera sonido. Que ninguna palabra interrumpiera su búsqueda.


Colocó velas fucsia en todo el salón. Las fue encendiendo una a una. Tardó en hacerlo. Eran muchas. Al acabar, el aroma de rosas inundaba toda la estancia.


Había decidido que lo iba a hacer frente al espejo. De pie. Quería ver todo su cuerpo. Primero vestido, después desnudo. Pero se había negado a ella misma utilizar ningún accesorio que pudiera aumentar ese erotismo que parecía podía transmitir. Además, nunca le habían gustado los encajes, ni las transparencias, y jamás se había puesto un picardías.


Le gustaba la ropa de algodón, la lana, y en verano se sentía cómoda en trajes de lino.
Hoy era verano. Hoy llevaba un vestido blanco, de un suave lino que dejaba pasar levemente la luz a través de él.


Unas tiras del mismo tejido la abrazaban el cuello. Se miró el escote. No era pronunciado. Rodeaba perfectamente sus pechos. Puso sus manos sobre ellos. No eran grandes, pero se dio cuenta que no podía encerrarlos en la cueva de sus extremidades.


Deslizó sus manos dibujando su cintura y bajó hasta sus caderas. Le gustó el contacto, le agradó sus formas. Las dejó ahí quietas y se dio cuenta que en ningún momento había mirado su rostro.


Se quedó fija observando a quien estaba al otro lado. Le pareció una desconocida. Tenía una melena hasta los hombres. Ondulante, ondulante y rojiza. Era voluminosa y natural. Le pareció sensual. Miró con sus ojos los ojos de la otra. No, era ella. Ya no sabía. Esos ojos parecían hablar, invitaban a espacios prohibidos, a lugares oscuros. Eran grandes, negros, profundos.


Se quedó largo tiempo observándolos, más bien al movimiento de sus párpados. Esos también invitaban.


Fue subiendo sus manos desde las caderas, donde las había dejado, hasta su boca. En el viaje lento y pausado acarició su vientre plano, bordeó sus pechos y con un dedo pintó su boca. No le hacía falta carmín. Un rosa fuerte ya estaba posado en ellos. Le gustó su forma, el grosor, los sentía mullidos. El mismo dedo se dirigió hacia su nariz. No era pequeña, tampoco aguileña. Le pareció proporcionada. Segura. Bajó la mirada y miró sus piernas, pero con el vestido no podía alcanzar a verlas al completo.


Deshizo el nudo de su cuello y la prenda fue cayendo sin prisas. Sintió un escalofrío. Cuando estaba en los pies, se limitó a salir del círculo que había creado. Con cuidado sin que las sandalias de tacón fino rozasen el lino.


Volvió a concentrase. Ahora estaba desnuda, no del todo. Una pequeña braga se dedicaba a esconder. No llevaba sujetador. Nunca lo había hecho. No había sentido la necesidad de utilizarlo. Veía sus pechos vigorosos, fuertes con pezones desafiantes. Se llevó las manos a ellos. Al haber sido desprotegidos por el vestido caído se habían puesto erectos. Los tocó con las puntas de los dedos. Estaban duros.

Entonces se dio cuenta de sus manos. Esas no fueron observadas en la otra, en el espejo. Eran suyas, con dedos largos. Una acarició a la otra. Estaban suaves. Las uñas sin color eran las justas para hacer sentir su fuerza sin hacer daño.


Y volvió su mirada al frente. Observó sus muslos, fibrosos largos, como sus piernas. Mientras con una mano rozaba un brazo comprobó la tonalidad de su piel. Era dorada. La otra mano se dedicó a mimar el interior de su ingle.


La música continuaba, las velas comenzaban a apagarse. Susurró algo a la mujer del espejo y comenzó a quitarse lentamente las bragas.

5 comentarios:

Narci dijo...

Tremendamente sensual y al mismo tiempo bien narrado, singuiendo un orden preciso que te envuelve y te anima a seguir.

Anónimo dijo...

Lo cierto es que no soy muy aficionada a la lectura, pero no se que tiene tu forma de escribir que haces que me enganche hasta el final.
ANIMO y espero que pronto pueda leer un libro tuyo.

Anónimo dijo...

Mi bien cuñadita.

Da gusto ver como escribes y como le gusta a la gente.

Ahora sólo falta que te hagas conocer y que escribas un libro.

Muchos besos.

Anónimo dijo...

Esa tía pegada que tengo!!!... da gusto leerte, mi primer contacto con tus obras fue un responso precioso... pero veo que das a más "palos" con mismo resultado: maravillar al lector y revolverle por dentro.
Sigue así, tocando esa fibrilla que llevamos escondida.

Anónimo dijo...

ACROSTICO
Luz brillante rodeando tus bellos ojos,
oidos que denotan que saben escuchar,
uniendo todo lo que engloba la palabra amitad,
rarezas puede que iluminen parte de tu ser,
desde luego no te hacen palidecer,
emprendes nuevos proyectos,
Sí! Tú si que sabes SER.