Rodolfo Lampierre tenía empaquetada toda su vida en cajas. Como su mejor y única amiga tuve la obligación, una semana después del entierro, de ir a su apartamento a poner en orden todas sus cosas. No hizo falta, él ya lo había hecho.
Siempre fue muy celoso de su intimidad y, aunque fuera extraño, nunca me había invitado a su casa.
Nada más abrir la puerta me encontré de frente con una inmensa caja que hacía las veces de baúl y la abrí. Contenía un vestido de la época de Sissí, pero de un tamaño desmesurado, tanto como el que tenía Rodolfo. Entré en el salón, me quedé completamente impresionada. Estaba lleno de cajas de diferentes colores y tamaños, perfectamente ordenadas y etiquetadas. Las paredes desnudas, sin el menor rastro de que hubieran acogido un cuadro jamás. No existía mobiliario. Comencé a mirar las etiquetas para descubrir qué podían contener. La variedad me impactó: medias, cosméticos, mapas, fotografías antiguas, poesías, perfumes, espejos, gafas, pelucas, flores secas...
La angustia se apoderó de mí y fui incapaz de abrir las cajas fuertes de sus secretos. Salí y me dirigí hacia otra habitación, era su dormitorio; una cama pequeña se encontraba en el centro del inmenso cuarto. Cama en la que parecía extraño que pudiera tener cabida Rodolfo con su corpulento armazón. Era extraño ver esa diminuta cama sola en el epicentro, sin mesilla, sin lamparilla, cubierta con un mantón de Manila negro. Como en el salón, pero sólo contra las paredes, se encontraban bordeando toda la habitación más cajas; pero aquí sólo de color negras. A mano y con letras torpes delataban sus contenidos: el arco iris, vejaciones en la niñez, deseo de amor, los silencios de mi madre, la dominación de mi abuela, el hombre de mi vida, mis miedos a las mujeres, mi vida en solitario...
Salí corriendo hacia lo que supuse era la cocina. Abrí las puertas intentando buscar un vaso para beber agua, me ahogaba, pero también allí todo estaba empaquetado en cajas.
La casa de cajas me hizo huir.
Mientras caminaba por la calle intentando que me diera el aire, me di cuenta de su última ironía: en su testamento había dejado escrito que no quería ser enterrado. Rodolfo había renunciado a reposar en su última caja.
Otra pequeño o gran momento de mi hijo literario “Rodolfo Lampierre”Este relato lo edité en el libro "Crónicas de Fábulas e Dezires" en el "Taller de escritura creativa Alfa"