Agripina aprendió a contar a la edad de cuatro años y se dio cuenta de que el mundo estaba lleno de cosas y personas que se podían contar y contaba el número de garbanzos que le ponían en la mesa, y los de su hermana; y contaba las páginas del periódico cuando era pequeña y aún no sabía leer, su hermana sí; y contaba las esquelas para poder decir cuántos habían muerto, aunque no supiera sus nombres, y el número de fotos que aparecían, y el número de palabras de la primera página. A más palabras, más importantes son las noticias, pensaba ella. Y contaba los vestidos que tenía, y los de su hermana; y los chicos que le pedían baile, y a su hermana; y los tiestos que tenía en su casa, y en la de su hermana; y las veces que su marido la llevaba al cine. Su hermana no tenía marido.
Y contaba los botes y las latas en su cocina, y en la de su hermana; y las figuritas en su salón, y en el de su hermana. Y quien tenga más, mejor será, pensaba ella, y fue acumulando vestidos floreados, y zapatillas de felpa, y cuadros de vírgenes, y muebles de formica, y tapetes de ganchillo, y flores de plástico. Y contaba, y tenía más que su hermana.
Y contaba el número de vecinos de su edificio, y el número de coches que tenían, y el número de hijos, y contaba y tenía más que su hermana. Y contaba el número de amigos de sus cuatro hijos, y sus novias, y los miembros de la familia de las novias, y las casas que tenían, y la plata de sus salones, y las toallas en el baño, y el número de electrodomésticos, y las lámparas de lágrimas. Su hermana no tenía hijos.
Y contaba las veces que su hermana iba al teatro, y las que se iba de vacaciones al extranjero, y el número de prendas de marca que se compraba, e intentaba compararlas con sus veces y con sus números, y su hermana siempre salía ganando.
Y empezaron los achaques y las enfermedades y Agripina los contaba: los de ella y los de su hermana y Agripina ganaba, y eso le gustaba. Y contaba las recetas y las cajas de medicamentos: las de ella y las de su marido, y tenía más. Pero su marido se murió, su hermana no tenía marido, y contaba una y otra vez las tarjetas de pésame y las coronas de flores que enviaron al funeral, y el número de asistentes, y luego se lo contaba a sus amigas, amigas que ya había contado, y a las de su hermana, y contaba y su hermana tenía más amigas, pero no tenía tarjetas de pésame, ni tampoco coronas de flores.
Ayer su hermana ha muerto. Y hoy han llegado las tarjetas de pésame y Agripina las ha contado, y las coronas de flores, y los asistentes al funeral, y ha contado, y su hermana tiene más, y ha contado otra vez las enfermedades y su hermana tenía menos, y tampoco nunca tuvo hijos, ni marido, y Agripina sí, y ha contado los años que lleva contando y son setenta y puede seguir contando y su hermana no, y ha contado todas las cosas que ha contado de su hermana, y ha parado de contar. Porque ya no tiene con quién comparar lo que contaba. Porque ya no tiene qué vivir, ni qué contar, si no es en el pasado. Porque ha ganado la última cuenta, pero no sabe para qué.
Este relato lo edité en el libro "Cuentos Cardinales" en el "Taller de escritura creativa Alfa"
Agripina cuenta… cuenta… demasiado… y compara…
¿Conoces a alguien así?